El camino atraviesa un bosquecillo de acebos reconocibles por sus frutos, rojos cuando están maduros, y sobre todo por sus hojas brillantes con bordes espinosos (las típicas ramas que adornan las mesas de Navidad). Fíjese en que, al haber ganado altura y estar fuera del alcance de los animales, las hojas más altas se desprenden de sus espinas.