Este árbol que tienes enfrente, con corteza rugosa formada de corcho es el alcornoque, otra especie muy emparentada con el roble y el rebollo (aunque sus hojas no se parezcan mucho). En este caso pertenece a la especie Quercus suber y su nombre científico hace referencia al corcho que se forma en su corteza (suber, en latín, significa corcho). Las hojas son un poco diferentes a las de sus parientes del bosque Atlántico, los robles: más pequeñas y coriáceas, adaptadas a la vida en ambientes secos y con temperaturas altas.
¿Sabías que el corcho presenta una resistencia al paso del calor treinta veces superior a la del hormigón?
El corcho es el tejido vegetal que recubre el tronco y se ha originado de manera natural en esta especie como una adaptación a los fuegos que se producen con frecuencia en los ambientes mediterráneos, con veranos muy secos, en que vive esta especie. Gracias a las características ignifugas de esta corteza, estos árboles incrementan su supervivencia. Por eso se habla de que es una adaptación biológica.
Por las características de sus hojas y la corteza, ya podemos deducir que esta especie de árbol está adaptada a climas más cálidos y con más períodos de sequía, como los Mediterráneos. Aquí donde lo ves se encuentra en uno de los puntos más septentrionales de su área de distribución. Sin embargo, su abundancia también está bastante relacionada con la actividad humana. Debido a las inigualables cualidades del corcho que se obtiene de su corteza y a la resistencia que estos árboles tienen frente a los fuegos, esta especie ha sido muy utilizada y cultivada por el hombre. Aunque ahora quedan pocos individuos, este árbol fue muy abundante alrededor del castillo. De ahí deriva el nombre del lugar “Sobroso”.